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Tren nocturno a Lisboa, intimismo en tierra lusa

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Netflix Estados Unidos nos trae Tren nocturno a Lisboa, un filme de 111 minutos adaptación del libro homónimo del escritor y filósofo Pascal Mercier. El film está presentado con audio en inglés y subtítulos en español (no hay doblaje).

 

Trama

Por casualidad, si es que existen las casualidades, el profesor Raimundo Gregorius (a quienes todos llaman Mundus) tropezó con un libro escrito por “Amadeu Inácio de Almeida Prado, médico, miembro de la resistencia y orfebre de las palabras”.

Gregorius, profesor de griego, latín y hebreo, amante incondicional de los libros, dejó todo, literalmente, dejó atrás su trabajo de treinta años en Berna, Suiza, para ir tras las huellas de un desconocido escritor portugués.

Y haciéndose camino hacia un país lejano, entre gente desconocida que habla una lengua diferente a la suya, Gregorius comenzó a vivir su propia aventura más allá de las historias escritas por otros, por primera vez en sus cincuenta y siete años de vida.

En un momento del filme le preguntan a Gregorius por qué desenterrar el pasado y él responde: “Para conocer la sensación de ser Amadeu”. Este sentimiento es el que mueve al Profesor a seguir un camino totalmente desconocido para él, porque siente que su vida es aburrida; él mismo se ve aburrido, como le hiciera creer su ex esposa.

Tanto en el libro como en el filme, Gregorius es un personaje totalmente querible. Por momentos torpe e inseguro, quizás por la miopía que lo aqueja desde siempre. Pero lo curioso de esta obra es que tenemos por un lado, la historia del profesor Gregorius en tiempo real y en flash back conocemos la vida del poeta y médico Amadeu de Prado, parte activa de la resistencia contra la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar (considerado símbolo de los casi cuarenta años de dictadura de corte fascista que aisló a Portugal del resto del mundo entre 1932 y 1968).

Tren nocturno a Lisboa, se abre paso con su intimismo en el catálogo estadounidense de Netflix

Y el profesor Raimundo Gregorius se va a hacer de amigos, más bien de confidentes: João Eçra, Adriana y Mélodie de Prado, Jorge O’Kelly (“un ateo recalcitrante, un romántico sin ilusiones” que Amadeu había necesitado para ser completo, según palabras del padre Bartolomeu), Estefânia Espinhosa (“una muchacha que al comienzo había trabajado en el correo; una muchacha con una memoria increíble en la que estaban guardados todos los secretos de la resistencia; la mujer a quien no le gustaba que O’Kelly la llevara de la cintura cuando iban por la calle; la mujer que se había sentado al volante de un auto frente a la casa azul y había manejado, para salvar su vida, hasta el fin del mundo…”), la doctora Mariana Conceição Eça y José Antonio de Silveira.

Sin duda Mundus estaba cambiando y todas estas personas, sin querer, eran responsables -en el mejor sentido de la palabra-. Basta recordar las conversaciones que tenía con Florence cuando eran marido y mujer:

“ -‘Pero a veces lees el diario en el café’, le había replicado Florence cuando él le dijo que los textos necesitaban muros protectores para mantener alejado el ruido del mundo; lo mejor sería, por ejemplo, los muros gruesos y sólidos de un archivo subterráneo.

-‘Ah, bueno, el diario’, le había contestado Gregorius. ‘Yo estaba hablando de textos’.

Y ahora, de repente, no le hacían falta los muros; las palabras portuguesas que tenía delante se fundían con las palabras portuguesas que tenía al lado y detrás de él; podía imaginar que Prado y O’Kelly estaban sentados en la mesa vecina, podía interrumpirlo el camarero, sin que esto afectara los textos para nada”.

 

Pero antes de comenzar a hablar de Amadeu, el “sacerdote ateo”, mejor es conocerlo por uno de sus pensamientos:

“Y no sólo nos extendemos en el tiempo. También nos extendemos en el espacio, mucho más allá de lo visible. Dejamos atrás algo de nosotros cuando nos marchamos de un lugar; nos quedamos allí, aunque nos vayamos. Y hay cosas de nosotros que sólo podemos volver a encontrar si regresamos allí. Nos acercamos hacia nosotros, viajamos hacia nosotros mismos cuando el golpeteo monótono de las ruedas nos lleva hacia un lugar donde hemos dejado un tramo del camino de nuestra vida, no importa cuán breve haya sido. Cuando ponemos el pie por segunda vez sobre el andén de la estación extranjera, escuchamos las voces de los altoparlantes y sentimos esos olores inconfundibles, no sólo hemos llegado al lugar lejano, sino también a la lejanía de la propia intimidad, a un rincón de nuestro ser quizás completamente remoto; un lugar que permanece en total oscuridad, invisible, cuando estamos en otra parte. Si no fuera así, ¿por qué habríamos de sentir tal excitación cuando el guarda grita el nombre del lugar, cuando oímos el chirrido de los frenos y desaparecemos, como trabados por la sombra repentina de la estación? ¿Por qué ese momento en que el tren se detiene totalmente tras un último empujón debería ser un momento mágico, un instante de silencioso dramatismo? Es porque a partir del primer paso que damos en ese andén que es extraño y al mismo tiempo no lo es, retomamos una vida que habíamos interrumpido y dejado atrás en el momento en que sentimos el primer movimiento del tren que partía. ¿Qué podría ser más emocionante que retomar una vida interrumpida, con todas sus promesas?”

Amadeu, quien “tenía una estampa espléndida, además de un carisma que hipnotizaba a la gente era hijo del famoso juez Prado”. Médico venerado por todos hasta el día en que le salvó la vida a Rui Luís Mendes, miembro de la policía secreta, a quien todos llamaban “El Carnicero”. Desde aquí conoció, tristemente, la “soledad por destierro”. Sensación que experimentaría dos veces: cuando salvó a Mendes y cuando sacó a Estefânia Espinhosa del país.

 

Sobre la película

El filme del 2013 es un breve resumen del libro Tren nocturno a Lisboa de Pascal Mercier, seudónimo del escritor suizo Peter Bieri, conservando las idas y vueltas entre el pasado y el presente, entre las vivencias del Profesor y los escritos del Médico. Con una muy buena adaptación por parte de Mercier junto a Greg Latter y Ulrich Hermann, quienes supieron llevar a la pantalla grande esta historia magníficamente interpretada por el actor británico Jeremy Irons (ganador de un premio Oscar en 1991 por la película El Misterio Von Bulow), como no podía ser de otra manera. En la piel de Amadeu encontramos a Jack Huston; la joven Estefânia está interpretada por Mèlanie Laurent y en el papel de la doctora Mariana Eça se encuentra Martina Gedeck y como el padre Bartolomeu: Christopher Lee.

El director de esta coproducción alemana-portuguesa-suiza es el danés Bille August («Los Miserables» -1998- y “La Casa de los Espíritus”, entre otras películas).


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